Miguel del Arco, dramaturgo: “En este país no hay ninguna consideración política por la cultura”

Un director de orquesta homosexual que se enfrenta a una muerte inminente y que, antes, quiere dejar grabada la Sexta Sinfonía de Chaikovski. Tiene 53 años, los mismos que tenía cuando murió el músico ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840/1893), autor de la Sexta Sinfonía conocida como La Patética y homosexual también. El dramaturgo Miguel del Arco, un chico de barrio nacido en Carabanchel (Madrid) que ha cumplido 60 años el pasado sábado, vuelve a la escena teatral con La Patética, un montaje que escribe y dirige y en el que reflexiona sobre la muerte, la homosexualidad, el arte frente a los políticos, la creación y los deseos de gloria. Con este montaje, que se representa en el Teatro Valle-Inclán, de Madrid, hasta el próximo 22 de junio, parece terminar el duelo por el cierre hace seis años del teatro Pavón Kamikaze, un proyecto colectivo que revolucionó el panorama teatral madrileño. Su último montaje teatral fue Ricardo III, en 2019. En esos años, ha dirigido la ópera Rigoletto, en el Teatro Real, y la serie televisiva Las noches de Tefía. Ahora, tras el estreno, lo único que quiere es irse al campo, a cuidar de sus árboles.
Pregunta. ¿Por qué ese silencio de seis años en la escena teatral?
Respuesta. Necesitaba imperiosamente mantener el luto por el cierre del teatro Pavón Kamikaze, que para mí fue devastador.
P. ¿Da por terminado el duelo?
R. Sí. Si he sido capaz de superar el duelo de mi hermano y de mi padre, cómo no voy a ser capaz de hacerlo por un teatro. Fueron cinco años tan intensos, luchando contra una precariedad sofocante por un trabajo muy bestia y bonito. Fui muy feliz con ese proyecto, pero ahora también me siento muy feliz. Eso no ha cambiado. Incluso he superado mi felicidad en la sala de ensayo. Lo que necesitaba imperiosamente era una sala de ensayo.
P. ¿Pero siente añoranza?
R. Añoro todo, menos la precariedad.
P. ¿Qué valoración a seis años vista hace de aquel proyecto?
R. Lo que saqué en claro es que en este país no hay ninguna consideración política por la cultura. Todo el mundo nos decía que no nos podían dejar caer, que el Ministerio de Cultura nos iba a ayudar, o la Comunidad de Madrid o el Ayuntamiento. Nada. Ninguna institución nos apoyó. Nos dejaron caer. Seguimos sin meter las manos en el barro para hacer unidades de producción independientes de la política. Los políticos quieren meter mano siempre en la cultura, la manosean y la necesitan porque saben que es un buen escaparate.
P. ¿También el Gobierno actual?
R. También. He sido muy crítico con el ministro de Cultura actual, Ernest Urtasun. Todavía estamos esperando la reclamada reforma del INAEM (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música). No hace falta nada más que mirar a Francia para saber cómo funcionan los centros dramáticos nacionales, que son unidades de producción independientes con un presupuesto asignado infinitamente más alto que en España, que puede hacer posible la creación artística. Aquí cada día es más complicado.
P. Desde hacía ocho años no dirigía un texto propio.
R. Suelo decir que tengo una relación especial conmigo como autor. No me considero un autor. Escribo y saco adelante guiones y textos teatrales, pero no soy autor al uso. En el caso de La Patética, me apetecía contar cosas muy concretas, como la muerte y la muerte artística.
P. ¿Qué le sugiere la escucha de la Sexta Sinfonía de Chaikovski?
R. Los cuatro movimientos de la sinfonía son absolutamente bestias. El primero te hace volar hasta que suena ese trueno fulgurante. El segundo es como un vals atravesado por una música desoladora. El tercero es pura vida y el último es donde Chaikovski da la vuelta a la música sinfónica, con una especie de réquiem que transmite una desolación tranquila y, al mismo tiempo, triste. Lo tiene todo. La melodía te cala y te lleva a sitios insospechados.
P. Y de la lectura de los diarios del músico ruso, ¿qué fue lo que descubrió?
R. Sus diarios son apabullantes. Me encontré a un hombre con una sensibilidad enorme, a quien le afectaba mucho lo que pasaba en el mundo. Un hombre con una capacidad de amor que nunca pudo llevar a cabo, con una inseguridad pasmosa, él, que era un genio de la música. Su homosexualidad la vivió razonablemente libre, mucho más libre que un homosexual hoy en la Rusia actual.

P. La obra mira de frente a la muerte. ¿Piensa a menudo en ella?
R. Sí, mucho. La mía me preocupa poco, lo que de verdad me importa es cómo enfrentarme al deterioro, a la pérdida de facultades. La muerte de mi hermano Alberto cuando yo tenía 40 años supuso un antes y un después. Fue una quiebra en mi vida insuperable. La muerte de mi padre, hace cuatro años, fue terrible por el mes de agonía que sufrió y la tengo muy presente, pero nada comparable a la de mi hermano.
P. ¿Tiene hecho testamento vital?
R. Sí, hace unos años. En mi familia se habla de la muerte con una cierta normalidad. Hablamos mucho de Alberto, celebramos su cumpleaños, lo tenemos presente en las fotos, lloramos y no ocultamos nada.
P. ¿Cree que vivimos en una sociedad de espaldas a la muerte?
R. Absolutamente. Mi familia es una excepción.
P. ¿Por qué cree que se tiende a invisibilizar la muerte?
R. Porque no queremos aceptar que somos finitos. Hay algo del vivir en una sociedad absolutamente capitalista que nos aparta del pensamiento de saber que somos finitos y nos obliga a consumir, consumir y consumir.
P. ¿Hay mucho de usted en esta obra?
R. Sí, pero como en todas mis obras. Yo solo dirijo textos con los que me sienta personalmente interpelado. Tengo la suerte gigantesca de que mi vocación es mi forma de vida.
P. Otro de los temas que trata la obra de manera directa es de la homosexualidad. ¿La homosexualidad normalizada sigue siendo un sueño?
R. Sí. En Madrid hay una burbuja y mucho más en nuestra profesión, y pensamos que está normalizada en todas partes y no es así. Un fontanero vino un día a nuestra casa en el campo y nos pidió llorando, delante de mi marido y de mí, consejos para ver qué podía hacer con un hijo suyo homosexual de 21 años que se había intentado suicidar dos veces. No se me olvidará nunca. No hay normalización. Yo llevo 40 años con Jose, mi pareja, con el que me casé en el año 2014, y no le cojo de la mano por la calle porque no es un acto íntimo como el que tú [le dice a la periodista] puedes ir con tu marido por la calle, se considera un acto político y despierta muchas miradas. Es verdad que se van normalizando muchas cosas, pero seguimos etiquetando.
P. ¿Cree que están en peligro los derechos del colectivo LGTBIQ?
R. Radicalmente sí, pero también los derechos del feminismo. Está en peligro todo lo que suponga la voluntad de mantener una sociedad igualitaria y libre. La extrema derecha va solo a defender sus derechos y ganar dinero. ¿Qué es lo que está haciendo Trump, sino cargarse a todas las minorías de forma radical? Pero no solo Trump, Milei, Meloni y Abascal, si le dejan. Muchos dicen que eso en España no puede pasar, pero yo no soy tan confiado.
P. ¿Cómo hacer frente al ascenso de la ultraderecha?
R. Siendo muy militante en la defensa de las ideas y creando referentes. Para mí es un horror aparecer en la lista de los 50 españoles homosexuales. No porque me diera vergüenza, sino por el hecho de que tuviera que existir esa lista. Tengo un sobrino homosexual y me dijo en una ocasión que sentía un enorme orgullo cuando me veía en esa lista. Pues para algo sirve, me digo.
P. ¿Cree que Europa está a la altura de los acontecimientos actuales?
R. En absoluto La maquinaria europea es lentísima a la hora de decidir. Me horroriza que de una manera frontal no se opongan al genocidio de Gaza. Hay un complejo de culpa, heredado de la Segunda Guerra Mundial, pero es inadmisible lo que le están tolerando a Israel.
P. En la obra se enfrenta uno al dilema de actuar o no en países dictatoriales y asesinos. ¿Usted iría ahora a Rusia o Israel con sus obras?
R. No, bajo ningún concepto.
P. El otro día, Almodóvar confesó sus dudas a viajar a Estados Unidos por la presencia de Trump. Al final asistió y dio un discurso contra la política del presidente americano. En momentos críticos como los actuales, ¿es el arte un salvavidas?
R. Sí, porque es una voz que tiene que resonar. Me niego a la política de los insultos. Rechazo a todos los políticos que están normalizando el insulto y no tienen en cuenta ni el bien común, ni las víctimas. Rechazo a un Gobierno de izquierdas que sigue diciendo no al genocidio en Gaza, pero al mismo tiempo sigue colaborando con Israel. El arte está también para hablar de lo que sucede, con una voz muy clara. Almodóvar ha sido muy valiente porque además se arriesga a que afecte a la distribución de sus películas, pero no es lo mismo ir hoy a Rusia como homosexual y denunciar porque ahí te juegas la cabeza.
P. Chaikovski: ‘Las malas críticas las lee uno sentado en la taza de váter’. ¿Hace usted eso?
R. No, yo directamente, no las leo, ni las buenas, ni las malas. Fue consejo de Núria Espert.
P. ¿Qué queda de ese chico de barrio de Carabanchel?
R. El olor a proletario no se quita nunca. Y sigo siendo de barrio, aunque lo abandoné pronto. No guardo muchos amigos porque la ruptura fue temprana. Con 14 años me encontré mi primer grupo de teatro y mi primer amor homosexual. Fue una ruptura total. Salí escopetado. Hace poco entré en la colonia de mi barrio en Carabanchel y el primer pensamiento que me asaltó fue: ¿cómo es posible que yo tenga el más mínimo gusto por la belleza habiéndome criado tan rodeado de fealdad? Pero a pesar de esta fealdad, mi infancia fue absolutamente feliz. Al final la belleza estaba en eso, mis hermanos, mis amigos y el patio gigantesco de manzana con cientos de niños, todos en la calle.
P. ¿Qué legado le gustaría dejar como dramaturgo?
R. Ninguno. El teatro es un arte efímero.
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